La herencia del odio

En La herencia del odio he querido mostrar que las guerras no terminan cuando cesan las bombas. Lo que permanece —silencioso y persistente— es el odio. Un odio que se hereda, que pasa de una generación a otra como una sombra invisible.

En esta serie fotográfica he querido mirar de frente el dolor, la herida abierta de una guerra que no solo mata cuerpos, sino también almas.
La guerra de Gaza está dejando tras de sí no solo escombros y muerte, sino algo más devastador: un legado de odio que se transmite, silenciosamente, de una generación a otra.

La imagen de una madre palestina amamantando a su hijo simboliza ese legado trágico. Donde debería fluir solo alimento y ternura, también se transmite el dolor, la rabia y la memoria del sufrimiento. El pañuelo que cubre su cabeza evoca el keffiyeh, emblema de identidad y resistencia. Sus pies, encadenados, nos recuerdan que incluso el gesto más puro de amor puede estar preso cuando la guerra marca el destino de los pueblos.
A través del bodypainting, el cuerpo de la madre se convierte en territorio, en bandera, en frontera. La piel toma los colores de Palestina, y el pañuelo que cubre su cabeza recuerda la dignidad de un pueblo que resiste incluso entre los escombros.
Sus pies encadenados, su mirada herida, sus brazos aferrados al hijo, hablan del amor prisionero que sobrevive en medio del horror.

Esta sesión fue realizada junto a la modelo catalana Ariadna Aivar, quien desde el primer momento, movida por la empatía y la solidaridad ante el grave ataque que estaba sufriendo el pueblo palestino de Gaza, no dudó en participar. Su compromiso y sensibilidad dieron vida a cada gesto, a cada sombra. Ariadna es una gran modelo, y en esta obra su entrega trasciende lo estético para convertirse en un acto de humanidad y conciencia.

Cada fotografía explora una emoción distinta: la ternura, la impotencia, la rabia, la súplica.
La madre no solo sostiene a su hijo: sostiene también un futuro marcado por la herencia del odio.


Y cuando nos mira —cuando nos señala— nos obliga a reconocer que ese odio no nace solo allá, sino que también se alimenta de nuestra indiferencia. En el plano técnico, la serie utiliza luz dirigida y sombras densas para acentuar el contraste entre la esperanza y la oscuridad. El escenario austero, casi carcelario, refuerza la sensación de encierro, mientras que las texturas del cuerpo pintado y del paño que envuelve al bebé aportan humanidad y vulnerabilidad.

La herencia del odio no busca consuelo ni respuestas. Solo pide que miremos de frente, que escuchemos el silencio que queda después del estruendo, y que recordemos que en cada guerra hay una madre…
y en cada madre, un futuro que no merece heredar el odio de los adultos.

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