La fotografía conceptual se enfoca en plasmar ideas o conceptos abstractos a través de imágenes visuales. Este estilo está basado en la planificación cuidadosa y en la creación de una narrativa visual que ilustra pensamientos, emociones o mensajes específicos. A menudo, las imágenes tienen un simbolismo fuerte, usando elementos visuales que representan ideas complejas.
La fotografía que realizo no es solo una imagen detenida en el tiempo, sino la huella de un instante que nació para desaparecer. Mi obra se sitúa en esa frontera donde el cuerpo se convierte en lienzo y el alma en relato. Hablo de un arte que respira la paradoja: el bodypainting, efímero y fugaz como un suspiro, dialoga con la fotografía, que se convierte en guardiana de ese suspiro para siempre. En esa simbiosis nace algo único, una alquimia entre lo temporal y lo eterno, entre lo que late en la piel y lo que se imprime en la memoria de quien contempla

Imagina la sensación de ver cómo los colores acarician un cuerpo y lo transforman en algo que no existía antes, en un relato vivo, en un poema hecho de piel. El bodypainting tiene esa condición de ceremonia secreta: se pinta, se siente, se respira, se exhibe por unos instantes y luego, como toda belleza, desaparece. Pero cuando la cámara interviene, cuando el ojo fotográfico lo captura, ese instante se convierte en un espejo infinito. La fotografía no solo conserva la pintura sobre la piel, sino que amplifica el mensaje, lo dota de resonancia, lo convierte en palabra visual que atraviesa a quien lo mira.

Mi trabajo bebe de la idea de que el arte debe conmover, incomodar a veces, acariciar otras, pero nunca dejar indiferente. Por eso cada sesión es una experiencia personal, íntima, irrepetible. El cuerpo se entrega como territorio de expresión, y sobre él se dibuja lo que no siempre se puede decir con palabras: una emoción contenida, una protesta silenciada, una herida social que busca cicatrizar a través del color. La fotografía recoge todo eso y lo transforma en testimonio. Es como si el grito pintado sobre la piel, antes de desvanecerse con el agua, encontrara refugio en la imagen y desde ahí pudiera seguir hablando al mundo.

Me gusta pensar en cada sesión como en una pequeña rebelión contra lo obvio. A veces los trazos son sutiles, como un susurro que apenas roza la mirada. Otras, son transgresores, provocativos, como si el cuerpo se vistiera de denuncia y exigiera ser visto. Hay una fuerza ancestral en el acto de pintar el cuerpo: conecta con ritos tribales, con celebraciones de vida y muerte, con la memoria de lo humano en su estado más puro. Pero al unirlo con la fotografía, ese rito se abre al presente y se convierte en una obra que interpela directamente a nuestra sociedad, a nuestras contradicciones, a nuestros sueños colectivos.
En ocasiones pienso en el relato de Kafka donde Gregor Samsa despierta transformado en insecto. Esa metamorfosis absurda y dolorosa es también metáfora de lo que ocurre en estas sesiones: el cuerpo deja de ser solamente cuerpo, se convierte en símbolo, en mensaje, en metáfora viviente. Y la fotografía, lejos de ser testigo pasivo, es cómplice de esa transformación. Es el segundo nacimiento de la obra: lo que fue carne y pintura se convierte en imagen y memoria.

Quien participa en una de estas sesiones no solo posa. Se convierte en protagonista de una experiencia artística que trasciende lo estético. Es una forma de explorarse a sí mismo, de habitar el propio cuerpo desde otra mirada, de reconocerse como lienzo y como obra. El acto de ver la propia piel transformada y luego descubrirla atrapada en una fotografía es profundamente revelador: uno se redescubre, se reconoce y, a veces, se reinventa. Es un viaje emocional que deja huellas invisibles pero imborrables.
La fuerza de este arte reside en su capacidad de evocar sentimientos universales. La sutileza de una caricia pintada puede hablar de amor, de ternura, de fragilidad. Un trazo abrupto, oscuro, puede hablar de dolor, de rabia, de protesta contra una injusticia. La fotografía, con su lenguaje de luz y sombra, multiplica esos significados y los proyecta hacia el espectador. No se trata solo de belleza; se trata de verdad. Una verdad desnuda que a veces incomoda y otras veces embriaga, pero siempre invita a sentir.

El carácter social de mi fotografía surge precisamente de esa capacidad de denuncia. La piel pintada se convierte en pancarta silenciosa, en manifiesto que se revela ante la cámara. Los colores son gritos que no necesitan palabras, las formas son relatos que exigen ser escuchados. Y cuando la fotografía los perpetúa, ese discurso se vuelve universal. Quien contempla la imagen no solo mira un cuerpo pintado, se enfrenta a una historia, a una emoción, a una verdad que reclama su atención.
Este arte es especial porque es puente entre mundos. Une lo efímero con lo eterno, lo íntimo con lo colectivo, lo individual con lo social. Nace de un acto íntimo de confianza —el permitir que alguien pinte tu piel— y se proyecta hacia un acto público de comunicación —el mostrar la obra fotográfica al mundo. Es un tránsito que transforma tanto al modelo como al espectador, porque ambos quedan atrapados en esa red de significados que se despliegan desde la imagen.

No busco retratar simplemente cuerpos bellos, busco historias que se cuenten en cada línea de pintura y en cada juego de luces. Busco que el espectador sienta que la fotografía no está hecha solo para mirarse, sino para dialogar con ella, para dejarse atravesar. Es un arte que toca fibras, que remueve, que invita a reflexionar y a experimentar.
Cada sesión es un ritual, una ceremonia donde el tiempo parece suspenderse. La pintura se extiende sobre la piel, la cámara acecha, y juntos vamos construyendo un relato que no existía antes. Al final, cuando el agua borra los colores y el cuerpo vuelve a su desnudez original, queda la fotografía como testigo, como memoria, como eco. Y es en ese eco donde reside la magia: la fugacidad de un instante se convierte en eternidad.

Quien se atreve a vivir esta experiencia descubre que no es solo una sesión artística. Es un viaje a la propia intimidad, un acto de libertad y de creación compartida. Es sentirse parte de una obra que habla más allá de sí misma. Es dejar que la piel cuente lo que el alma guarda en silencio y permitir que la fotografía lo convierta en herencia.
Si alguna vez has sentido que una imagen podía conmoverte hasta las lágrimas o encender una chispa de rebeldía en tu interior, entonces sabrás de qué hablo. La fotografía social y conceptual que realizo no es un producto, es una invitación: a expresarte, a denunciar, a soñar, a dejar huella. Porque hay instantes que merecen ser eternos, aunque nazcan en la piel y se desvanezcan en el aire.
Y quizás, después de leer estas palabras, sientas el deseo de ser parte de esta alquimia. Tal vez tu piel tenga algo que contar, tal vez tu historia necesite ser pintada y fotografiada. Tal vez estés buscando justamente eso: un instante único que se convierta en eternidad.

Las sesiones de fotografia conceptual se realizan en Necram Studio y tienen una duración miníma de 4 horas, ya que requieren mucha preparación previa. Durante la sesión se eralizarà el bodypainting sobre el cuerpo de la modelo y se realizaran un numero elevado de fotografias, que posteriormente el fotografo evaluará y seleccionará para su posterior editaje en alta calidad.
El proceso de editaje y postproducción de las fotografias es muy laborioso y se estima una dedicación exclusiva por parte del fotografo de 20 horas.
Se entregará un portfolio de 15 fotografías editadas en alta calidad en formato digital.
El precio de la sesión fotográfica conceptual, posterior editaje y postproducción de las fotografías es de 1.800 euros, más impuestos. En el supuesto de realizarse la sesión en otra ubicación que no sea Necram Studio, se facturarán los costes de desplazamiento y alojamiento.
Se realizarà el pago por adelantado del 50% del importe para la reserva de la sesión.
Si te interesa hacer una sesión fotográfica conceptual envia un mensaje a info@necram.com y nos pondremos en contacto contigo.
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